He perdido la cuenta de los cafés que puedo llegar a tomarme en un día. También he olvidado el arte de despegar las pestañas y dilatar las pupilas sin el ruidoso estruendo del despertador.
Sí, incluso los domingos: no darle al botón ON antes de acostarme es un deporte de riesgo que ya no practico.
Las canas cada vez se lo pasan mejor en mi cabello: “quants més serem més riurem” suelen comentar. Y yo las dejo hacer. ¡Que bailen, que se lo pasen bien!
Ah, y me olvidaba de las encantadoras sombras oscuras que cada mañana intento esconder bajo el concealer barato del Mercadona.
Pero de nada importan cuando sonrío: en ese momento quedan desbancadas por mis arrugas de felicidad y el brillo de mis ojos, que se achinan, vidriosos.
Y qué complicado es no verme sonreír.
¡Hola! Acabo de conocerte, y creo que ya me caes bien.